Su concierto de amor interpretado en Mi
Por: Mario Fontalvo F.
Lo primero que escuchó Juan Diego en el Tepeyac fue música. Esa fue la señal mariana que lo detuvo en aquel encuentro ambientado para el mensaje misionero. Como siempre María, ingeniándoselas para tocar el corazón del humilde, que guarda en su interior el ímpetu de servir en la labor evangelizadora de la Iglesia. Es claro: Nuestra Madre se la juega siempre por el sencillo, pues ella, muy buena conocedora del tema por lo que vivió con su Hijo, sabe lo que le cuesta al terco, al erudito, reconocer a Dios y abrirse a su plan de Salvación.
Pero ese no fue el dilema aquí. El reto estaba en llamar la atención de un escogido de sangre latina. Y, por supuesto, para nuestro espíritu caribe, acostumbrados a acompasar el ritmo de nuestra sangre con el golpe invitador de tambores y maracas, la clave estuvo en la música. El plan ideado entre María y ángeles funcionó: el obediente Juan Diego se convirtió en embajador de la madre de Dios. Así quedó consignado en Nican Mopohua, escrito original de las apariciones de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego, en México: "amanecía y oyó cantar arriba del cerrillo: semejaba canto de varios pájaros preciosos; callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía que el monte les respondía. Su canto, muy suave y deleitosos, sobrepujaba al del COYOLTOTOTL y del TZINIZCAN y de otros pájaros lindos que cantan."
Dos ideas fundamentales nos deja como enseñanza esta historia: la primera, que María se convierte en música de Dios para dejar al descubierto lo bueno del corazón humano. Por eso la presencia maternal de nuestra Señora en la vida del creyente transforma el desconsuelo en alegría, la desesperación en esperanza, la turbación en calma, la oscuridad en luz. Nuestra estrella de la mañana, con la melodía de su amor, nos vuelve dóciles a la voluntad de Dios haciéndonos, como aquel indígena mexicano, portadores del mensaje de salvación a la humanidad. El anuncio de la virgen no ha perdido su vigencia desde las bodas de Caná: “Hagan lo que Él les diga”. Vivir estas palabras es embarcarse en la aventura de la evangelización, en una entrega absoluta al Plan de Dios. Nuestra dádiva será la misma que recibió Juan Diego: la santidad. Hablando en términos musicales: un grammy celestial para nuestra alma
Es ésta, entonces, la segunda enseñanza del armonioso encuentro. Dejarse cautivar por el canto mensajero de María significa impulsar el alma en dirección a Dios en busca de un lugar a su lado en el cielo. Juan Diego lo entendió y por eso son evidentes las actitudes que lo llevaron a la santidad en la escucha de las palabras de nuestra Madre: obediencia, perseverancia, compromiso y decisión.
Afinemos, entonces, los oídos del alma que María está animándonos a interpretar la mejor canción de Dios en nuestra vida, dándole la armonía perfecta a nuestro corazón desentonado. Cada nota de su acorde celestial es una invitación a ser santos en el servicio y en la entrega, haciendo vida el mandamiento nuevo que Jesús nos dejó. Siguiendo el mensaje de María, hagamos lo que su Hijo nos dice y cantemos la pieza musical que Él compone en nuestra vida, para que el amor de Dios que se reparta a los demás.
Pero ese no fue el dilema aquí. El reto estaba en llamar la atención de un escogido de sangre latina. Y, por supuesto, para nuestro espíritu caribe, acostumbrados a acompasar el ritmo de nuestra sangre con el golpe invitador de tambores y maracas, la clave estuvo en la música. El plan ideado entre María y ángeles funcionó: el obediente Juan Diego se convirtió en embajador de la madre de Dios. Así quedó consignado en Nican Mopohua, escrito original de las apariciones de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego, en México: "amanecía y oyó cantar arriba del cerrillo: semejaba canto de varios pájaros preciosos; callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía que el monte les respondía. Su canto, muy suave y deleitosos, sobrepujaba al del COYOLTOTOTL y del TZINIZCAN y de otros pájaros lindos que cantan."
Dos ideas fundamentales nos deja como enseñanza esta historia: la primera, que María se convierte en música de Dios para dejar al descubierto lo bueno del corazón humano. Por eso la presencia maternal de nuestra Señora en la vida del creyente transforma el desconsuelo en alegría, la desesperación en esperanza, la turbación en calma, la oscuridad en luz. Nuestra estrella de la mañana, con la melodía de su amor, nos vuelve dóciles a la voluntad de Dios haciéndonos, como aquel indígena mexicano, portadores del mensaje de salvación a la humanidad. El anuncio de la virgen no ha perdido su vigencia desde las bodas de Caná: “Hagan lo que Él les diga”. Vivir estas palabras es embarcarse en la aventura de la evangelización, en una entrega absoluta al Plan de Dios. Nuestra dádiva será la misma que recibió Juan Diego: la santidad. Hablando en términos musicales: un grammy celestial para nuestra alma
Es ésta, entonces, la segunda enseñanza del armonioso encuentro. Dejarse cautivar por el canto mensajero de María significa impulsar el alma en dirección a Dios en busca de un lugar a su lado en el cielo. Juan Diego lo entendió y por eso son evidentes las actitudes que lo llevaron a la santidad en la escucha de las palabras de nuestra Madre: obediencia, perseverancia, compromiso y decisión.
Afinemos, entonces, los oídos del alma que María está animándonos a interpretar la mejor canción de Dios en nuestra vida, dándole la armonía perfecta a nuestro corazón desentonado. Cada nota de su acorde celestial es una invitación a ser santos en el servicio y en la entrega, haciendo vida el mandamiento nuevo que Jesús nos dejó. Siguiendo el mensaje de María, hagamos lo que su Hijo nos dice y cantemos la pieza musical que Él compone en nuestra vida, para que el amor de Dios que se reparta a los demás.
Mario, felicitacines por el sitio, por los mensajes y el sentido de Dios del mismo.
Que Dios nuestro Señor los siga llenando de bendiciones ..
Carmelia y Marco