Por: MARIO FONTALVO F.
La angustia llegó al ver la primera ampolla en el vientre de la madre. Transcurría el segundo mes de un embarazo que inició con un leve desprendimiento del saco gestacional y ahora, al confirmarse la varicela, era catalogado como de alto riesgo. Así lo confirmó el médico de turno, quien alertó a los padres sobre las posibles consecuencias que dejaría esta enfermedad en la criatura por nacer. Sonaba tan seguro, inminente e ineludible aquel dictamen médico, que lo único que restaba era esperar un milagro.
Sólo así, con la esperanza puesta en Dios, los padres pudieron sobrellevar aquella indeseable zozobra, en medio de entristecidas conjeturas y de variadas opiniones médicas. No había un tratamiento certero para revertir posibles daños en el nuevo ser, sólo exámenes sofisticados para determinar qué tan compleja era la situación; pruebas que terminaban siendo mucho más riesgosas que la misma enfermedad viral.
A estas alturas, para algunos, especialmente para aquellos más aferrados a las razones humanas que a los principios de fe, la solución más sensata hubiera sido abortar. ¿Para qué traer al mundo a un niño que va a sufrir? ¿Qué clase de vida sería estar postrado en una cama con algún tipo de discapacidad que le impida ser alguien en la sociedad? Son algunos de los interrogantes que lanzan los que defienden y aceptan el aborto como el método eficaz para salir del “problema” que se avecina.
Y usted, como católico ¿cuál sería su posición al respecto? ¿Es de los que defiende la vida, pero considera que sí se hace necesario cortar el embarazo, en las circunstancias especiales amparadas por la ley? En Colombia, crecen cada vez más los simpatizantes de esta postura, encabezada por activistas que promulgan la equidad de género y reclaman los derechos sexuales y reproductivos de la mujer.
Todo este movimiento feminista lideró una fuerte campaña y una demanda ante la Corte Constitucional, que conllevó en el año 2006 a la despenalización del aborto en tres circunstancias especiales: violación, malformación del feto o riesgo de muerte para la madre. Según estos mismos activistas que lideraron este proceso, luego de esta decisión en todo el país se han practicado alrededor de 3.000 abortos legales desde el 2006.
Sin embargo, para el Dr. Pablo Arango, experto en bioética, después de la despenalización los abortos legales han sido mínimos, por lo que la cifra de los activistas no concuerda con los 201 abortos que reportó el Ministerio de Protección Social en julio de 2008.
La campaña de este movimiento feminista continúa y ahora buscan la despenalización del aborto en todas las circunstancias. Pese a ello, por fortuna todavía existen millones de personas en el mundo, católicos o no, que piensan que el don de la vida es inviolable. Y lo defienden hasta con su propia vida. Como Juana Beretta Mola, una valerosa madre italiana que prefirió morir de cáncer, antes que matar a su hijo por aborto. Este sacrificio fue reconocido por la Iglesia Católica, por medio de S.S. Juan Pablo II, quien la beatificó en 1994.
Asimismo, se han encontrado numerosos testimonios de personas que han sobrevivido a un aborto, como le ocurrió a Sara Smith, quien se mantuvo viva durante varias semanas, con escaso líquido amniótico, luego de que su madre abortara a un hermano gemelo.
Milagros palpables como éstos deben ser el punto de reflexión para cientos de personas que aún creen y acuden a la práctica del aborto como opción preferida para “corregir el error” que viene en camino. Aún más cuando en Colombia se ha venido acrecentando el número de embarazos en adolescentes, así como de los embarazos no deseados. En el 2005, según una encuesta de Profamilia, por lo menos 1 de cada 5 adolescentes entre los 15 y los 19 años de edad eran madres, o estaban o habían estado en embarazo, muchos de ellos no deseados. Se calcula que en el país hay anualmente cerca de 650 mil embarazos no deseados, pero se desconoce con exactitud cuántos de ellos terminan en aborto.
Lo único cierto es que nuestra posición como católicos, aún más como seres humanos, debe ir siempre en defensa de la vida y de ese milagro que se refugia en las entrañas de una madre. Así lo comprendí y lo reafirmé en aquella experiencia de fe que viví al encontrarme, junto con mi esposa, en medio de la incertidumbre de un embarazo de alto riesgo a causa de una varicela en el segundo mes de gestación. Hoy Samuel es un varoncito de 10 meses, totalmente sano. Cada vez que lo vemos sonreír, sentimos que Dios sonríe en nuestras vidas, trayendo un pedacito de cielo a nuestro hogar. Así actúa Dios con su maravilloso milagro de la vida.
Cuando el ayuno y la abstinencia son el “pan de cada día”
Por: Mario Fontalvo F.
Apartes del artículo publicado en el periódico Kairos, en su edición 226. Arquidiócesis de Barranquilla
¿Se imagina usted cómo sería su vida con menos de un dólar al día? Lo más seguro es que no hubiese podido ir hoy a trabajar por tener tan sólo para pagar un trayecto en bus. Tampoco hubiera tenido dinero para las tres comidas del día, ni mucho menos para las de mañana o para las de toda la vida. Es claro, además, que no tendría todos esos productos y servicios que ofrece el mercado para facilitarnos la existencia; andaría sin celular, sin televisión, sin internet, por citar tan sólo a los iconos más representativos, favoritos y absorbentes en esta era tecnológica. Es más, creo que yo no estaría escribiendo este artículo por no tener computador.
En fin, a pesar de estas hipotéticas situaciones, a estas instancias lo más probable es que aún nos sigo pareciendo difícil la idea de concebir una vida, contando con sólo dos mil pesos diarios en el bolsillo, o incluso menos. Sin embargo, esta es la realidad de cerca de 1.000 millones de personas que viven en condiciones de indigencia en todo el mundo, según lo reporta el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)
En el caso de América Latina, la cifra de indigentes supera los 100 millones de personas, y en Colombia se calcula que hay 8 millones de personas en similar condición, sumadas a los 20 millones de colombianos que viven en situación de pobreza, es decir el 46% de la población cuyo ingreso familiar no supera un millón cien mil pesos. Así lo reveló el informe de actualización sobre las condiciones de pobreza en Colombia, presentado por la comisión de expertos de entidades del Gobierno Nacional y algunas universidades, a finales de agosto de 2009.
Percibir esta realidad en este tiempo de cuaresma que iniciamos, nos coloca ante múltiples interrogantes sobre cómo estamos viviendo como católicos esta invitación que nos hace la iglesia, de llevar a nuestra vida diaria prácticas de auténtico sacrificio y penitencia. Vivir plenamente este tiempo debe conllevarnos a una auténtica transformación espiritual, y por consiguiente, a un decidido cambio de vida, desprendida de los bienes materiales y mucho más cercana a las necesidades de nuestros hermanos.
Solo así, viviendo en la sencillez y en la solidaridad podremos encontrar la plenitud de nuestras vidas, en la felicidad y en la paz que deja en nuestro interior el darnos, al igual que Cristo, como ese pan que se reparte y se multiplica para todos aquellos que viven con menos de dos mil pesos cada día.
Una columna para Cristo
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Fernando Pascual LC
Su concierto de amor interpretado en Mi
Por: Mario Fontalvo F.
Pero ese no fue el dilema aquí. El reto estaba en llamar la atención de un escogido de sangre latina. Y, por supuesto, para nuestro espíritu caribe, acostumbrados a acompasar el ritmo de nuestra sangre con el golpe invitador de tambores y maracas, la clave estuvo en la música. El plan ideado entre María y ángeles funcionó: el obediente Juan Diego se convirtió en embajador de la madre de Dios. Así quedó consignado en Nican Mopohua, escrito original de las apariciones de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego, en México: "amanecía y oyó cantar arriba del cerrillo: semejaba canto de varios pájaros preciosos; callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía que el monte les respondía. Su canto, muy suave y deleitosos, sobrepujaba al del COYOLTOTOTL y del TZINIZCAN y de otros pájaros lindos que cantan."
Dos ideas fundamentales nos deja como enseñanza esta historia: la primera, que María se convierte en música de Dios para dejar al descubierto lo bueno del corazón humano. Por eso la presencia maternal de nuestra Señora en la vida del creyente transforma el desconsuelo en alegría, la desesperación en esperanza, la turbación en calma, la oscuridad en luz. Nuestra estrella de la mañana, con la melodía de su amor, nos vuelve dóciles a la voluntad de Dios haciéndonos, como aquel indígena mexicano, portadores del mensaje de salvación a la humanidad. El anuncio de la virgen no ha perdido su vigencia desde las bodas de Caná: “Hagan lo que Él les diga”. Vivir estas palabras es embarcarse en la aventura de la evangelización, en una entrega absoluta al Plan de Dios. Nuestra dádiva será la misma que recibió Juan Diego: la santidad. Hablando en términos musicales: un grammy celestial para nuestra alma
Es ésta, entonces, la segunda enseñanza del armonioso encuentro. Dejarse cautivar por el canto mensajero de María significa impulsar el alma en dirección a Dios en busca de un lugar a su lado en el cielo. Juan Diego lo entendió y por eso son evidentes las actitudes que lo llevaron a la santidad en la escucha de las palabras de nuestra Madre: obediencia, perseverancia, compromiso y decisión.
Afinemos, entonces, los oídos del alma que María está animándonos a interpretar la mejor canción de Dios en nuestra vida, dándole la armonía perfecta a nuestro corazón desentonado. Cada nota de su acorde celestial es una invitación a ser santos en el servicio y en la entrega, haciendo vida el mandamiento nuevo que Jesús nos dejó. Siguiendo el mensaje de María, hagamos lo que su Hijo nos dice y cantemos la pieza musical que Él compone en nuestra vida, para que el amor de Dios que se reparta a los demás.
Por Mario Fontalvo F.
La sociedad, en su vertiginoso decaimiento hacia la pérdida absoluta de los valores morales y espirituales, ha hecho de la familia un estorbo y del vínculo matrimonial un accesorio de museo. Para la prueba, el DANE acaba de revelar que la mitad de los colombianos vive en unión libre. Así, un hogar apartado de Dios, que no lo reconoce como centro y sentido único de su vida familiar, difícilmente podrá hacer de ese refugio del amor bendecido una auténtica escuela de fe. La fragmentación y desvalorización del núcleo familiar es, con certeza, fuente de muchos de los problemas que nos aquejan como sociedad: drogas, prostitución, violencia, suicidios y maltrato físico y psicológico entre congéneres.
Aún más, las uniones de jóvenes que le huyeron al compromiso sagrado, que confundieron el amor con sus pasiones de momento y que se dejaron llevar por el libertinaje alcahueteado socialmente, tienen duración de mariposa y la mayoría están predestinadas al fracaso, viendo en la separación su salida de emergencia más cercana. Como siempre, los culpables terminan siendo los frutos de esa unión improvisada. A algunos de ellos los veremos crecer por televisión con la esperanza de ser reconocidos por sus padres indolentes; a otros les tocará permanecer en la lista de espera hasta que algún hogar sustituto les cambie su condición de huérfanos.
Por eso, en toda ocasión nuestra iglesia católica nos invita a mantener siempre presente a Dios en las familias, fundada sobre el matrimonio como institución natural, y a rescatar el valor fundamental que tienen en la sociedad, pues como lo manifestó el recordado Papa Juan Pablo II: “el futuro de la humanidad pasa a través de la familia”. De igual manera, lo expresó su Santidad el Papa Benedicto XVI en la carta al Cardenal Alfonso López Trujillo, Presidente del Consejo Pontificio para la Familia, con motivo del Encuentro Mundial de las Familias en Valencia: “Todos los pueblos, para dar un rostro verdaderamente humano a la sociedad, no pueden ignorar el bien precioso de la familia, fundada sobre el matrimonio”. Añade el Sume Pontífice: “La familia cristiana tiene, hoy más que nunca, una misión nobilísima e ineludible, como es transmitir la fe, que implica la entrega a Jesucristo, muerto y resucitado. Así se va construyendo un universo moral enraizado en la voluntad de Dios, en el cual el hijo crece en los valores humanos y cristianos que dan pleno sentido a la vida.”
Esta invitación impulsa diariamente a nuestras familias a ser “pequeñas iglesias domésticas”, como las denominó el Concilio Vaticano II, a enmarcarse en el contexto de la gran familia de la Iglesia, que la apoya y la acompaña, colaborando con la tarea fundamental que está constituida por la formación de la persona y la transmisión de la fe. En definitiva: familias seguir el modelo de la familia de Nazareth, que recorrió nuestro mismo camino, entre dolores y alegrías, entre oración y trabajo, siendo guardianes de la fe y anunciadores del amor de Dios entre nosotros.