Por Mario Fontalvo F.
13 de noviembre/05
No hemos llegado a diciembre y ya comienzan a sentirse los revuelcos que esta época genera en el alma. Pareciera como si el espíritu de la navidad arribara con una escavadora, desenterrando recuerdos y dejando al descubierto momentos que devuelven una esperada felicidad, que estuvo esquiva el resto del año. Pero también en aquellos en los que la nostalgia se ha convertido en un modo de vida, pensar en diciembre es presagiar que volverá, con su golpe directo al corazón, la soledad. Las composiciones decembrinas, tatareadas hasta las lágrimas por una masoquista sociedad de despechados, se han encargado de colocar su toque de melancolía a una fecha que, para los que confiamos en presencia constante de Dios, se convierte en una oportunidad para hacer de la soledad un espacio para crecer y acercarnos al amor de nuestro creador.
Cuando nosotros experimentamos la soledad como un momento de dolor y desesperación, esta es negativa, porque nos lleva a la tristeza y al abatimiento. Al contrario, si la vemos como la oportunidad de adentrarse en uno mismo, de darse cuenta de quién es uno, de dónde viene y a dónde va, entonces es uno de los mejores regalos que uno puede tener... tiempo para uno mismo y tiempo para estar a solas con Dios.
Y no se refiere a aislarse o de ser solitario; Se trata más bien, de encontrar en el silencio, la paz, la verdad, la maravilla de haber sido creado. Valorar las cosas ante nosotros mismos y ante Dios. En la soledad y en el silencio, también se aprende la fortaleza, sobrellevar las cargas sin quejarse, afrontar los problemas personales sin arrojarlos en hombros ajenos y responder de los propios actos y decisiones.
Aprender a estar solos, es un arte si sabemos aprovechar de esos momentos en los que el alma busca un reposo, para hacerse más fuerte ante el dolor. Allí en el silencio podremos escuchar con mayor intensidad el susurro de amor que Dios envía para nuestro consuelo. Él nos recuerda que, aunque otros se hayan alejado, nunca vamos estar solos. Él prometió quedarse con nosotros. Sus palabras deben reconfortarnos y ayudarnos a reconocer la soledad como un encuentro personal con el amor de Dios.
Cuando nosotros experimentamos la soledad como un momento de dolor y desesperación, esta es negativa, porque nos lleva a la tristeza y al abatimiento. Al contrario, si la vemos como la oportunidad de adentrarse en uno mismo, de darse cuenta de quién es uno, de dónde viene y a dónde va, entonces es uno de los mejores regalos que uno puede tener... tiempo para uno mismo y tiempo para estar a solas con Dios.
Y no se refiere a aislarse o de ser solitario; Se trata más bien, de encontrar en el silencio, la paz, la verdad, la maravilla de haber sido creado. Valorar las cosas ante nosotros mismos y ante Dios. En la soledad y en el silencio, también se aprende la fortaleza, sobrellevar las cargas sin quejarse, afrontar los problemas personales sin arrojarlos en hombros ajenos y responder de los propios actos y decisiones.
Aprender a estar solos, es un arte si sabemos aprovechar de esos momentos en los que el alma busca un reposo, para hacerse más fuerte ante el dolor. Allí en el silencio podremos escuchar con mayor intensidad el susurro de amor que Dios envía para nuestro consuelo. Él nos recuerda que, aunque otros se hayan alejado, nunca vamos estar solos. Él prometió quedarse con nosotros. Sus palabras deben reconfortarnos y ayudarnos a reconocer la soledad como un encuentro personal con el amor de Dios.
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