Por Mario Fontalvo
Parecía una competencia de dones del Santo Espíritu. Mientras los más “aventajados” en lenguas gemían y daban mensajes incomprensibles al sentido humano, otros nuevos “bendecidos”, como se les hacía llamar, estrenaban visión vaticinando y aconsejando a los que habían llegado buscando una esperanza para disipar sus males, con palabras dictadas desde el cielo. El Padre que nos acompañaba en ese momento como guía espiritual, para intentar calmar nuestra turbación nos decía: “Esto no es de Dios, no se vayan a confundir”, con la experiencia de haber visto repetidas veces estas manifestaciones de fanatismo colectivo, en aquella región que proviene de una tradición cultural apegada a lo sobrenatural, a lo que deslumbra su ingenuidad.
En medio de tanta euforia religiosa, una de las organizadoras se acercó a quien cuenta esta anécdota con una inquietud desanimada: “¿Será que el Señor no me quiere? Tanto que le he pedido que me regale un don y nada”. Esta parece ser una preocupación constante en algunos fieles que se han aferrado a Dios, como si fuera un amuleto repartidor de bonanzas o como un mago al que le salen dádivas desde su sombrero divino.
En algunos círculos de la Iglesia, se tiende a pensar que los Dones son para uso personal. Juan Bautista es quien nos dice: “Nadie puede atribuirse nada, sino lo que haya sido dado por Dios” (Jn, 3, 27). San Pablo también nos recuerda que un don es también un servicio (1 Cor. 12, 7). En esto consiste nuestra madurez en la fe. Tener la certeza que Dios actúa en nosotros a través de su Santo Espíritu, de diversas formas, dándole a cada uno la misión que le corresponde en su plan de Salvación.
Por eso San Pablo en su primera carta a los Corintios expresa: “Hay diferentes dones espirituales, pero el Espíritu es el mismo, hay diversidad de ministerios pero el Señor es el mismo; hay diversidad de ministerios, pero es el mismo Dios quien obra todo en todos”. En este sentido, entendemos que Dios busca la unidad de su Iglesia. Todos hacemos parte del Cuerpo de Cristo, somos miembros de Él, por lo que todo es obra de un mismo y único Espíritu. Dios no busca rivalidades, porque Dios es Paz.
Abrirse a la acción de Espíritu Santo es dejarse llenar de ese amor que quema, que purifica, que une, y que invita a anunciarlo con nuestra propia vida. El Papa Benedicto XVI, en su mensaje a los religiosos y religiosas con los que compartió en su reciente peregrinación a Varsovia, manifestó: “La fe ocupa un lugar, no solo en nuestro estado de espíritu y experiencias religiosas, sino sobretodo en nuestro pensamiento y acción, en el trabajo cotidiano, en la lucha contra nosotros mismos, en la vida comunitaria y el apostolado, porque es lo que asegura que nuestra vida se vea penetrada por el poder de Dios mismo”.
El Espíritu de Dios viene para darnos consuelo en la adversidad, descanso en nuestras tribulaciones, capacidad para discernir lo que agrada a Dios y lo que lo entristece, pero, especialmente, amor de Dios para repartirlo con los demás hermanos. Así como lo expresó el Papa Benedicto XVI, en su visita a Varsovia: El Espíritu Santo, que viene hasta nosotros para así ser llevado a todo el mundo”.
No gastemos nuestra existencia esperando eventos mágicos como prueba de la presencia del Espíritu de Dios en nuestras vidas. Él siempre ha esto ahí, cercano a nuestras necesidades espirituales, colmándonos de abundantes bendiciones y dones para el servicio de su pueblo. Esto nos lleva a recordar las palabras del Papa Juan Pablo II para las familias en su Viaje Apostólico a Croacia en el 2003: “La Iglesia de Cristo está siempre, por decirlo así, en estado de Pentecostés. Siempre reunida en el Cenáculo para orar, está, al mismo tiempo, bajo el viento impetuoso del Espíritu, siempre en camino para anunciar”
En medio de tanta euforia religiosa, una de las organizadoras se acercó a quien cuenta esta anécdota con una inquietud desanimada: “¿Será que el Señor no me quiere? Tanto que le he pedido que me regale un don y nada”. Esta parece ser una preocupación constante en algunos fieles que se han aferrado a Dios, como si fuera un amuleto repartidor de bonanzas o como un mago al que le salen dádivas desde su sombrero divino.
En algunos círculos de la Iglesia, se tiende a pensar que los Dones son para uso personal. Juan Bautista es quien nos dice: “Nadie puede atribuirse nada, sino lo que haya sido dado por Dios” (Jn, 3, 27). San Pablo también nos recuerda que un don es también un servicio (1 Cor. 12, 7). En esto consiste nuestra madurez en la fe. Tener la certeza que Dios actúa en nosotros a través de su Santo Espíritu, de diversas formas, dándole a cada uno la misión que le corresponde en su plan de Salvación.
Por eso San Pablo en su primera carta a los Corintios expresa: “Hay diferentes dones espirituales, pero el Espíritu es el mismo, hay diversidad de ministerios pero el Señor es el mismo; hay diversidad de ministerios, pero es el mismo Dios quien obra todo en todos”. En este sentido, entendemos que Dios busca la unidad de su Iglesia. Todos hacemos parte del Cuerpo de Cristo, somos miembros de Él, por lo que todo es obra de un mismo y único Espíritu. Dios no busca rivalidades, porque Dios es Paz.
Abrirse a la acción de Espíritu Santo es dejarse llenar de ese amor que quema, que purifica, que une, y que invita a anunciarlo con nuestra propia vida. El Papa Benedicto XVI, en su mensaje a los religiosos y religiosas con los que compartió en su reciente peregrinación a Varsovia, manifestó: “La fe ocupa un lugar, no solo en nuestro estado de espíritu y experiencias religiosas, sino sobretodo en nuestro pensamiento y acción, en el trabajo cotidiano, en la lucha contra nosotros mismos, en la vida comunitaria y el apostolado, porque es lo que asegura que nuestra vida se vea penetrada por el poder de Dios mismo”.
El Espíritu de Dios viene para darnos consuelo en la adversidad, descanso en nuestras tribulaciones, capacidad para discernir lo que agrada a Dios y lo que lo entristece, pero, especialmente, amor de Dios para repartirlo con los demás hermanos. Así como lo expresó el Papa Benedicto XVI, en su visita a Varsovia: El Espíritu Santo, que viene hasta nosotros para así ser llevado a todo el mundo”.
No gastemos nuestra existencia esperando eventos mágicos como prueba de la presencia del Espíritu de Dios en nuestras vidas. Él siempre ha esto ahí, cercano a nuestras necesidades espirituales, colmándonos de abundantes bendiciones y dones para el servicio de su pueblo. Esto nos lleva a recordar las palabras del Papa Juan Pablo II para las familias en su Viaje Apostólico a Croacia en el 2003: “La Iglesia de Cristo está siempre, por decirlo así, en estado de Pentecostés. Siempre reunida en el Cenáculo para orar, está, al mismo tiempo, bajo el viento impetuoso del Espíritu, siempre en camino para anunciar”
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